Un planeta para todos

¿Qué hacen los gobiernos contra el cambio climático?

¿Por qué las políticas no van de la mano de las pruebas científicas?

Estamos llevando al planeta a sus límites, ya que no producimos ni gestionamos de forma sostenible los recursos que nos ofrece y, al mismo tiempo, aumentan las desigualdades entre países y pueblos debido a las guerras, los fenómenos meteorológicos extremos o la falta de alimentos sanos que ni siquiera están al alcance de todos. En este artículo repasaremos por qué no vivimos en un planeta apto para todos.

No tenemos un Gobierno global, pero nos vendría bien uno. No tenemos un Gobierno mundial, pero qué falta nos haría. Cada día miles de millones de divisas circulan como apuntes contables en la nube, pasando de un país a otro sin barreras y a veces acaban en paraísos fiscales, porque no dejan rastro en otros países donde se pagan impuestos. Las redes sociales conectan problemas que antes nos parecían lejanos y ajenos, pero que ahora conocemos en tiempo real; más de 200 millones de personas -en volumen, un continente en movimiento- han abandonado sus países para trasladarse a otro, algunos a la fuerza, otros para tratar de encontrar oportunidades laborales; las aguas se llenan de plásticos que acaban con las especies; la deforestación y la destrucción de recursos naturales necesarios amenazan el aire que respiramos o los alimentos que comemos. La lista de retos mundiales no deja de crecer: finanzas, migración, cambio climático y seguridad; miremos donde miremos, la globalización ha ampliado nuestro inventario de capacidades y problemas, mientras que el marco en el que podemos buscar soluciones se ha estrechado. No tenemos un gobierno mundial, ni parece probable que lo tengamos nunca. Quizá por eso la cuestión de cómo debemos organizarnos para promover el bien común sea el mayor reto de esta generación.

Hasta ahora, hemos resuelto la cuestión dentro de las fronteras de cada país, pero ¿qué ocurre a nivel mundial? Tomemos como ejemplo la amenaza del calentamiento global y los sucesivos fracasos de las cumbres internacionales de Copenhague desde 2009. No es por falta de compromisos individuales, que a menudo son posibles, sino por falta de mecanismos para forzar las voluntades más frágiles y regular a quienes ven en los acuerdos internacionales un vacío por el que colar intereses particulares. El resultado es crítico. Según un informe del Panel Internacional sobre Cambio Climático (IPCC) sobre el aumento de la temperatura global, el tiempo corre de manera exponencial y aquellos asuntos que considerábamos necesarios a mediano plazo se han vuelto urgentes. Debemos detener el calentamiento global y mantener la temperatura del planeta 1,5 ºC por encima de los niveles preindustriales como máximo. ¡Y ya estamos 1 ºC por encima de los niveles preindustriales! Según el IPCC, para no traspasar este límite es necesaria una transición rápida y de gran alcance que incluya aspectos como el uso del suelo, la energía, la producción industrial, el transporte, los edificios y las ciudades.

En resumen, más que cambios graduales de comportamiento necesitamos una auténtica revolución que afecte prácticamente a todo lo que nos rodea.

El informe, publicado en octubre de 2018 como resultado del Acuerdo de París de tres años antes, indica que la laguna entre la evidencia científica y las políticas gubernamentales es cada vez más profunda, por lo que los objetivos enunciados en su día se alejan cada vez más. El informe señala que para evitar una catástrofe climática debemos afrontar una transformación radical sin precedentes ya que de no frenar la relación entre consumo y extracción de recursos y sus consecuencias ambientales y climáticas alcanzaremos ese temido nivel de calentamiento global de 0,5 ºC más para 2030-2050. En otras palabras, afectará a la próxima generación. Entonces, los efectos serán diferentes de los que estamos sufriendo ahora. La pérdida de las barreras de coral, el deshielo del Ártico y las inundaciones y sequías extremas amenazarán la salud y el bienestar de la humanidad de formas aún por evaluar. Muchas regiones del planeta se convertirán en zonas hostiles o imposibles para vivir. Entonces, ¿cómo detener estos cambios negativos? Si tuviéramos un Gobierno mundial, detener el calentamiento global sería una de las principales prioridades políticas, pero en los estados nacionales eso es más difícil. Una razón es que el deterioro del clima y el medio ambiente no afectan a todos los países de la misma manera. Otra razón es que la mayoría de la gente no suele tener la percepción de estar tan cerca del punto de no retorno. Otra razón es que los gobiernos nacionales por sí solos no tienen poder para avanzar hacia soluciones a ninguno de los retos globales.

Nunca antes habíamos tenido una esperanza de vida tan alta ni el estado de salud actual. Los avances en tecnología, innovación, salud pública, alimentación, producción agrícola e industrial y comunicaciones en el siglo XX permitieron mejoras sin precedentes en el bienestar; y este progreso socioeconómico no se detiene. Sin embargo, los costes han sido enormes. Por un lado, hemos llevado al límite la explotación de los recursos naturales; por otro, las desigualdades socioeconómicas siguen creciendo. La forma en que consumimos, a menudo insostenible y que, según las previsiones, se duplicará en los próximos 50 años, no augura un futuro en el que el equilibrio entre progreso y bienestar esté necesariamente garantizado.

El ritmo del consumo de energía y las fuentes de las cuales esta proviene se encuentran en el corazón del problema. El calentamiento que producen acelera las desigualdades entre las economías desarrolladas y los países menos desarrollados, una tendencia que también afecta las poblaciones dentro de los países más desarrollados. Las consecuencias ya son mensurables en términos de aumento de personas desplazadas, pérdida de seguridad, conflictos y caída del nivel de vida general. Las catástrofes naturales no se nada nuevo; sin embargo, su frecuencia e intensidad se están incrementando por causa del calentamiento global. De momento están pagando el precio los más pobres. Las economías menos desarrolladas son las más afectadas por los huracanes, las tormentas, los ciclones y las sequías, y están mucho menos preparadas para responder de manera adecuada a sus efectos. En consecuencia, si bien el número de personas desplazadas y refugiadas producto de la guerra de Siria sigue siendo uno de los más altos del siglo XXI, la India, Banglades y Mozambique, países fueron afectados por diferentes catástrofes, muestran cifras semejantes de desplazamiento forzado en un solo año a las del conflicto de Oriente Medio. Millones de personas se quedaron sin hogares, tierras, aliemento y agua de un día para otro.

Sin embargo, los efectos no se circunscriben a los países pobres: las temperaturas en alza de Estados Unidos, por ejemplo, están provocando que los costes energéticos se eleven en estados interiores como Arizona, donde el calor aumenta el uso del aire acondicionado. Este gasto de energía supone que mientras que en Arizona los pronósticos del crecimiento económico estiman una reducción del 20%, los de Maine, un estado cercano a la frontera con Canadá, calculan un incremento del 10% en sólo una década. Más cerca, en Barcelona, el número de familias en riesgo de pobreza energética sube a causa de las temperaturas cada vez más extremas -calor en verano y frío en invierno-, afecta a 170.000 personas y castiga particularmente a las mujeres solteras y a las madres solteras. Todos estos son síntomas que anuncian que, a medidad que vaya avanzando el cambio, la pobreza y la desigualdad serán mayores.

No tenemos un Gobierno global, a pesar de que se necesitan de manera urgente medidaas globales. Con todo, las pruebas y la persuasión han conseguido un compromiso global para mejorar la situación del planeta y, por tanto, de las personas.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) un programa que ha establecido el Horizonte 2030, es lo más cerca que hemos llegado de esta anhelada idea de una gobernanza global. Hay 17 objetivos que abordan uno a uno los principales retos que debemos afrontar y para los cuales los Estados, por sí solos, resultan inoperantes, desde la pobreza y el hambre hasta los derechos humanos y la justicia global, incluido el compromiso de hacer del planeta un lugar sostenible para todos. Los Objetivos de la Agenda 2030 nacen de la convicción de que no podemos continuar con el actual nivel de desigualdades y que el planeta de transformarse en un lugar más justo para todos. Ahora mismo, no tenemos un Gobierno global, pero sí tenemos la capacidad de generar una conciencia colectiva y una sociedad global organizada para avanzar.

Acerca del autor

Rafel Vilasajuan es periodista y Director de Políticas y Desarrollo Global del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISG) desde 2011. Entre 2006 y 2011, se desempeñó como Subdirector del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Vilasanjuan trabajó con Médicos Sin Fronteras (MSF) durante más de 12 años, entre otros puestos, como Secretario General. Durante ese período conoció de primera mano la situación de las personas desplazadas y refugiadas en países como Afganistán, Chechenia, Somalia, Sudán, la República Democrática del Congo, Colombia e Irak. Vilasanjuan colabora con el programa radial «La ventana» y el periódico El Periódico.

Este artículo incluye ediciones de Anna Garcia Tortosa (Fundesplai).