Antropoceno: nuevos retos y algunas lecciones del pasado

¿Qué nos está pasando?

Es sabido que todas las actividades que el ser humano lleva a cabo desde la antigüedad tienen un impacto en nuestro planeta. Hasta aquí todo bien, pero actualmente tenemos un problema, sobre todo desde el siglo pasado, ya que esos impactos son en su mayoría negativos y se nos han ido de las manos.

El ritmo de vida, la forma en que consumimos y el sistema actual nos han llevado a este contexto con muchos retos que debemos superar para sobrevivir. Era cuestión de tiempo que el tic-tac del reloj planetario empezara a acelerarse.

Dicho esto, y con una perspectiva de vanguardia, necesitamos medidas eficaces y conocer las causas para aprender de nuestros errores y así poder hacer frente a las diferentes crisis globales a las que nos enfrentamos, como la climática, la de biodiversidad, la energética y la alimentaria. Al centrarnos en la alimentación, por ejemplo, nos damos cuenta de que es una actividad que todo ser humano lleva realizando de forma natural, día tras día, desde tiempos inmemoriales. Pero, ¿cómo ha cambiado el sistema alimentario desde los primeros cazadores-recolectores? Bueno, eso fue hace años, y es obvio que ya no tenemos que cultivar y cazar en la naturaleza para obtener alimentos gracias al desarrollo de los mercados, por ejemplo, un hecho que suele considerarse un gran avance. El problema es que la desconexión y explotación del medio natural es tan grande que hemos llegado a una situación en la que no podemos garantizar plenamente el derecho a una alimentación de calidad, y a veces ni siquiera a comer, y mucho menos asegurarlo para las próximas décadas. Como ya se ha mencionado, no son sólo los alimentos sino también la biodiversidad, el clima y las fuentes de energía, los recursos materiales y naturales los que están en el punto de mira porque no se han gestionado ni se gestionan de forma sostenible para garantizar los derechos más fundamentales de la sociedad.

Históricamente, cada generación ha tenido que enfrentarse a retos particulares. Crisis económicas, guerras, plagas y hambrunas obligaron a la gente a cambiar rutinas, modificar su forma de vida y adaptarse a nuevas condiciones. Las alternativas, si tenían alguna opción, eran la muerte o, a veces, la emigración a otros lugares y un nuevo comienzo. La cuestión es que entonces dejarlo todo atrás y emigrar era una opción, ya que las crisis eran de alcance local.

Pero la crisis a la que nos enfrentamos actualmente tiene una característica particular. Es de alcance planetario, por lo que no tenemos adónde ir. En este sentido, nos encontramos en una situación análoga al colapso de las sociedades de la Isla de Pascua. La sobreexplotación de los recursos y las guerras tribales provocaron una crisis ecológica que mató a la mayoría de los habitantes de la isla, ya que no tenían adónde ir. Sus embarcaciones eran demasiado pequeñas y débiles, y no sabían cómo navegar hasta tierra firme, donde podrían haberse salvado. Su única opción, aunque no eran conscientes de ello, era cambiar su modo de vida para salvaguardar los recursos disponibles y que la isla siguiera proporcionando abundante comida, agua y cobijo, como siempre había hecho.

La literatura suele poner el caso de la Isla de Pascua como ejemplo de la crisis actual a una escala infinitamente mayor. El planeta siempre ha generado suficientes recursos (agua, alimentos, tierra, energía, reciclaje) para satisfacer las necesidades de la población. Otra cosa es si los hemos utilizado sabiamente, pero la disponibilidad estaba ahí. Sin embargo, todo sistema físico tiene limitaciones: con una población en constante crecimiento y un hambre de recursos cada vez mayor, estamos forzando imprudentemente las posibilidades del planeta. No hace falta ser un genio para comprender que se trata de una situación insostenible a largo (o no tan largo) plazo.

La llegada del Antropoceno, la era en la cual el impacto de la humanidad ya está afectando la dinámica del planeta, sólo era cuestión de tiempo.

Huelga decir que ignorar esta situación no es una buena idea, pero tampoco podemos pasar por alto la inmensa dificultad de cambiar las dinámicas sociales, sobre todo cuando hay intereses creados en impedir el cambio y dejar el problema para más adelante.

Sin embargo, hemos conseguido dar los primeros pasos en la dirección correcta. Para empezar, hemos identificado el problema y hemos concienciado a todo el mundo. Puede parecer un hecho menor, pero sin conciencia pública de los cambios que estamos generando y de la necesidad de prevenirlos y revertirlos, sería imposible iniciar políticas eficaces para lograrlo. El caso de Greta Thunberg es paradigmático. No es la primera activista que defiende la movilización popular contra el cambio climático, pero ha logrado un eco mundial. Se ha convertido en un icono, especialmente entre los jóvenes. Puede que sus propuestas sean simplistas, pero ha conseguido desplazar el debate de la necesidad o no de aplicar soluciones hacia el tipo de soluciones que queremos aplicar.

Probablemente, el problema principal y más urgente sea la insaciable exigencia de energía

Queremos que la energía sea práctica y barata, un requisito que combustibles como el petróleo y el gas pueden satisfacer perfectamente. Por desgracia, ahora sabemos que el producto de la combustión de estos combustibles es el origen del cambio climático. Si queremos dejar un ecosistema global mínimamente limpio a quienes vengan detrás de nosotros, no nos queda más remedio que cambiar el modelo energético actual. Por supuesto, seguiremos necesitando energía, por lo que debemos buscar nuevas formas de producirla.

Por muchas vueltas que le demos, sólo tenemos dos opciones: nuclear y renovable. La alternativa nuclear genera mucha energía, pero también produce residuos inaceptablemente peligrosos en el estado actual de la tecnología. Las energías renovables están aún muy lejos de ofrecer el rendimiento que necesitamos. Aunque durante algún tiempo tendremos que hacer concesiones combinando los distintos sistemas para optimizar el rendimiento, necesitamos más investigación e innovación para mejorar estas tecnologías. Ello implica destinar recursos que difícilmente se comprometerían sin sensibilizar a la sociedad sobre el problema. Por otro lado, es difícil generalizar y, a menudo, ser conscientes de las profundas diferencias entre países. Más de la mitad de la electricidad en Cataluña procede de reactores nucleares, mientras que los sistemas renovables generan alrededor de una quinta parte. Podría ser peor. Pero en los países en desarrollo o en otros lugares, como algunos Estados federados alemanes, con una gran industria del carbón, un porcentaje muy elevado de la producción de electricidad procede de fuentes emisoras de CO₂. Puede que tengamos buenas intenciones, pero la economía manda.

Cambiar la forma en que obtenemos la energía es de máxima importancia. Si no conseguimos reducir el ritmo de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, todo lo demás será irrelevante. Existe una tendencia al pesimismo o incluso al catastrofismo; sin embargo, hay razones para creer que podemos resolver el problema. Lo hicimos en el caso del agujero de ozono que, aunque era un reto comparativamente menor, requirió un acuerdo mundial para prohibir el uso de ciertos compuestos. Ahora la capa de ozono ha dejado de degradarse y se recupera lentamente. A pesar de los repetidos fracasos de las cumbres sobre el clima, hay motivos para la esperanza.

Pero esto no será suficiente. Incluso con el cambio climático bajo control, tenemos otros retos relacionados con la humanidad y el planeta que no pueden esperar. Tenemos que racionalizar y optimizar el uso del agua, que es es un bien cada vez más escaso será una fuente creciente de conflictos. La mayoría de los sistemas de captación, transporte y distribución de agua son relativamente ineficientes y todavía permiten demasiadas prácticas que acaban contaminando ríos y acuíferos. Una vez más, son necesarias medidas tecnológicas, como mejoras en el tratamiento del agua potable, los sistemas de distribución y el control de contaminantes, y medidas sociales que nos hagan comprender el valor del agua y la necesidad de optimizar su uso.

Lo mismo ocurre con conceptos más abstractos, como la biodiversidad, a menudo mencionada como sinónimo de pérdida de calidad ambiental, pero que también representa un factor determinante para el futuro, ya que por cada especie que se pierde desaparecen todos los posibles usos directos y beneficios indirectos relacionados con el mantenimiento de los ecosistemas que hacen del planeta un lugar adecuado para la vida. Defender el medio ambiente no se limita a valorar a los animales bonitos, como los gatitos. Como mínimo, también debemos valorar el papel de animales como las arañas, los microbios o las hienas. Una tarea en la que la educación es fundamental, sobre todo en un mundo cada vez más urbano.

Hay quien piensa que la respuesta a estas amenazas está en la tecnología. Hasta cierto punto, esto es cierto. Las soluciones tradicionales fueron útiles en el pasado, pero ahora necesitamos nuevas formas de relacionarnos con el planeta, que requerirán el pleno uso de los conocimientos científicos y tecnológicos. Pero es un error pensar que eso será suficiente.

Necesitamos un cambio de mentalidad para comprender cómo relacionarnos con el planeta de un modo más sensato.

Porque es posible que las tecnologías del pasado ya no funcionen, pero la forma de relacionarse con el medio ambiente, tratando de aprovecharlo al máximo sin sobrepasar la capacidad de regeneración de la naturaleza, es una brújula que nunca deberíamos haber olvidado.

Acerca del autor

Daniel Closa es doctor en Biología e investigador del CSIC. Dirige un grupo de investigación sobre patologías inflamatorias en el Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona. Es autor de numerosas obras de divulgación científica, como Blocs de ciència [Blogs de ciencia], 100 mites de la ciència [100 mitos de la ciencia], Triviacat Ciència [Triviacat Ciencia] y 100 secrets dels océans [100 secretos de los océanos] (con Esther Garcés) y de obras de ficción como El camí de la pesta [El camino de la peste]. Desde hace años participa en diversas iniciativas de divulgación científica.

Este texto incluye ediciones de Anna Garcia Tortosa (Fundesplai)