¿Aprender, para qué mundo?

Desaprender para aprender. Este dicho se ha popularizado en los últimos años debido al replanteamiento asociado a los cambios actuales que afectan a todos los ámbitos de la vida. Por un lado, hemos experimentado un auge tecnológico tan intenso en la última década que ya podemos delegar tareas en un dispositivo electrónico e incluso realizar videollamadas simultáneas a varias personas en lugares distantes. Hay mucha tecnología en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, parece demasiado fácil adaptarse a ella y no tan fácil escapar de ella porque, la mayoría de las veces, acabamos delegando demasiado sin límites.

Por otra parte, también estamos experimentando cambios y fenómenos en nuestra vida cotidiana de los que sólo ahora somos conscientes. La causa radica en la alteración de la dinámica planetaria -a saber, los cambios en la atmósfera, la hidrosfera, la biosfera y la edafosfera- que, a su vez, se ven afectados por la globalización y la amplia explotación del planeta. Actualmente estamos inmersos en una pandemia sanitaria y en una crisis climática y alimentaria global, que acabarán por desestabilizarnos si no se realiza una buena gestión a nivel global, poblacional e individual.

La sociedad es cada vez más consciente de sus circunstancias gracias a la tecnología; pero, al mismo tiempo, experimenta intensos cambios que superan su capacidad de adaptación. Necesitamos comprender esta situación y actuar, anticipándonos y realizando cambios profundos en nuestra forma de vivir y entender la vida. Porque la vida es evolución y evolución significa cambio.

Tomemos el ejemplo de la alimentación, un ámbito en el cual el modelo de producción y consumo ha cambiado considerablemente, hasta el extremo de desconectarnos del medio rural debido a la aparición de grandes centros comerciales. Esta entidad cambiada nos está diciendo que no sigamos por el mismo camino y que debemos «reaprender» a cuidar el medio ambiente con fines saludables y sostenibles.

Decir que el mundo por venir será diferente es una perogrullada. Siempre ha sido «cambios», básicamente. Sin embargo, lo que distingue al momento actual es que lo que consideramos «radical» en un momento dado se convierte rápidamente en «normal«.

Es un mundo en el que la distancia entre la ciencia ficción y la realidad es extremadamente corta. Lentes de contacto con un microprocesador que mide la presión intraocular (Sensimed); lentes que pueden grabar imágenes (una idea ya patentada por Sony); el descubrimiento de la microbiota intestinal y nuestro organismo entendido como un contenedor de millones de bacterias, de cuya salud depende la nuestra.

Pero también es un mundo en el que la innovación, en cualquier lugar del planeta, puede mejorar sustancialmente cualquier producto. Por ejemplo, los paraguas con tejidos hidrófobos basados en la nanotecnología dejan obsoletos a los paraguas convencionales (Unnurella). E IKEA ofrece un mercado de segunda mano para sus muebles, convirtiéndose así en promotora de una economía circular.

Nuestros hijos vivirán en un mundo en el que prácticamente nada les sorprenderá, lleno como estará de propuestas surgidas de la combinación e integración de conocimientos procedentes de numerosas disciplinas. Muchas se deben a una ciencia cada vez más eficaz y audaz, inmersa en un círculo virtuoso en el que los mejores conocimientos proceden de laboratorios cuyas capacidades mejoran con sus resultados: laboratorios con los que se construyen mejores laboratorios.

Podemos resumir este momento de la historia diciendo que es uno en el cual ciencia, tecnología, sociedad y organizaciones tienen la posibilidad de entrelazarse en un sistema virtuoso: la ciencia descubre fenómenos en la naturaleza, que la tecnología utiliza para resolver problemas y necesidades de la sociedad (de las personas) a través de organizaciones que producen soluciones en forma de productos y servicios.

Tendrás que ser un ser humano «muy humano», con todas las capacidades diferenciales que nos caracterizan: curiosidad, creatividad, imaginación, actitud crítica, empatía, colaboración, sensibilidad, capacidad para idear y fabricar cosas, para construir con nuestras propias manos objetos que antes no existían, como resultado de combinar la imaginación de nuestra mente con la destreza de nuestras manos.

Las máquinas existirán. Harán muchos trabajos. Pero los humanos harán otros, aquellos que requieran las habilidades diferenciales de un humano. Así, podríamos proponer que la ecuación fundamental para las próximas décadas es la «multiplicación» de humanos (naturales) por máquinas («humanos artificiales»). Y una de las claves fundamentales del futuro bien podría ser que un humano sepa utilizar una máquina en su beneficio.

Todo ello supone un cambio radical y una excelente oportunidad para transformar la educación.

El reto de la educación en un futuro próximo puede ser ayudar a descubrir los talentos de cada persona para animarla a desarrollarlos al máximo desplegando sus capacidades específicas como ser humano.

Y, como ya proponen algunos expertos (Future of Life Institute), a los humanos sólo les queda una alternativa para sobrevivir en un mundo con máquinas inteligentes: hacerse más humanos.

En esta línea, estamos empezando a ver cambios significativos. Por ejemplo, en las universidades de nuevo diseño (como el New Institute for Technology and Engineering), donde los habituales criterios de acceso basados en la «nota académica» se sustituyen por la «curiosidad». Porque, en un mundo de máquinas inteligentes, que darán muchas buenas respuestas, el valor estará en hacer buenas preguntas: el valor de un ingeniero no dependerá de hacer cálculos, sino de saber hacer preguntas relevantes, lo que dependerá directamente de hacerse preguntas apasionantes.

O vemos empresas en las que un algoritmo puede generar miles de propuestas técnicamente viables para resolver un problema de estructuras mecánicas y determinar cuál es la solución óptima desde el punto de vista de la ingeniería y la economía; es lo que se llama diseño generativo (que aplican empresas como Airbus).

Y estamos empezando a investigar cuáles serán las «máquinas creativas» del futuro. En algunos países, la gente ya está presentando demandas en las que se exige que se reconozca que determinada mejora de un software fue diseñada por una máquina, una pieza de software. En otras palabras, se exige que se acepte la autoría de una máquina.

Por lo tanto, estamos en un momento de la historia de la humanidad en el que tenemos que cambiar (radicalmente) lo que entendemos por educación porque está apareciendo un nuevo «competidor» de los humanos: las máquinas inteligentes. No es sólo que tengamos que cambiarla para hacerla mejor, para que responda a las nuevas necesidades de la sociedad o de la economía, sino que la forma en que resolveremos situaciones, responderemos a las necesidades humanas y aprovecharemos las posibilidades de la tecnología será muy diferente. Y para ello, no podemos seguir instruyendo a los humanos en habilidades que las máquinas harán mucho mejor. Formemos a los humanos en aquellas cosas y maneras que una máquina aún no puede hacer.

Acerca del autor

Alfons Cornellà es licenciado en Física por la Universidad de Barcelona, máster en Gestión de Recursos de la Información por la Universidad de Syracuse (Nueva York) y diplomado en Alta Dirección de Empresas por ESADE. Es fundador y presidente de Infonomia, empresa de servicios de innovación y fuente de ideas para innovadores desde el año 2000. En 2009 Alfons fundó co-society, una iniciativa para estimular la intersección sistemática de negocios entre empresas, y en 2017 The Institute of Next, un espacio para ayudar a las empresas a pensar en el futuro y cómo les afectará. Alfons es consultor de grandes empresas y ha dirigido más de 100 proyectos sobre creación de cultura y dinamización de equipos de innovación en todo tipo de organizaciones, especialmente en el sector privado Además, ha publicado 32 libros sobre ciencia, tecnología e innovación como motores de la transformación empresarial.

Este texto incluye ediciones de Anna Garcia Tortosa (Fundesplai).